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La caja polvorienta


Te despiertas y lo primero que pasa por tu mente es que estás en el infierno.


Abres los ojos, miras a tu alrededor y, lógicamente, no estás en medio de un fuego intenso y abrasador, solo estás debajo de un rayo de luz que se filtra por la ventana, como si Dios estuviese lanzándote una jugarreta a lo “El iluminado”.


Sin embargo, sí que te rodean un montón de cajas, pequeñas, grandes, medianas, de regalo, polvorientas, hasta de crema de dientes. Puedes escoger la situación que prefieras de por qué todas esas cajas reposan allí, puede ser una mudanza, una renovación, estás pintando tu cuarto… lo que gustes, a fin de cuentas, es tu historia.


Te fijas en una pequeña caja con dibujos hechos a manos que está a dos cartones de pasar desapercibida, la observas y casi resopla impaciente esperando a que la recojas. La desentierras de las demás, buscas un lugar cómodo y frío, mientras la abres con curiosidad bajo una ligera sospecha que danza sobre tu cabeza.


Al levantar la tapa una ráfaga de imágenes choca contra tu visión violentamente, acompañada con una ola de melancolía. La caja rosoplona y polvorienta está llena de papeles desordenados, con fechas que distan desde días hasta años. Pasas las hojas con delicadeza, como si temieras que se desintegraran bajo el roce de tus dedos. Saltas de frase en frase, la mayoría al estilo "Hoy el día fue un asco", luego a "Nunca, jamás de los jamases, vuelvas a olvidar la toalla de baño si estás viajando con amigos", y después "Hazte un favor y compra unas buenas malteadas los días lluviosos... y los que no también". Lees, lees y lees, encuentras cosas tontísimas, sencillas, cliché, graciosas, emotivas, tristes, melancólicas, y te preguntas ¿quién fue el extraño que escribió todo esto?


Resulta que ese extraño ¡eres tú! Esa persona que mutó hasta convertirse en tu yo.


Dicen que una foto vale más que mil palabras, pero ¿y tus propias palabras? ¿A dónde fueron? Esas que pensaste al lanzarte al vacío, o ese día que la fiesta estaba aburridísima y solo sonreíste para la foto porque alguien soltó un chiste muy gracioso, pero ¿cuál fue ese chiste? ¿Lo recuerdas? O esa frase que no te dejó dormir esa noche o aquella canción malísima que no podías sacar de tu cabeza.


No hay absolutamente nadie mejor para contarte tu propia historia que tú mismo. Lo que está lejos de significar que lo que plasmes ahí sea el reflejo permanente de quien eres, es solo un pestañeo, un reflejo de lo que viviste, de lo que sentiste, de lo que oliste, de lo que saboreaste. Mi recomendación es que no dejes todo el peso del recuerdo a tu memoria, no es tan fiel como parece (a menos que seas Sherlock Holmes, y en caso de que lo seas, hola, eres lo máximo).


Déjate cartas, notas, vídeos, chistes, frases, historias, márcate a ti mismo. Pueden ser cosas minúsculas o gigantes, tal vez el día de mañana te ayude a comprender quién fuiste, y si hace falta, recuerdes quién quieres ser. Después de todo, la vida se trata de recuerdos.


Déjate un mapa, déjate pistas, como dijo el sabio Steve Jobs “No se pueden unir los distintos puntos mirando hacia adelante; se pueden unir únicamente mirando hacia atrás”. Imagina estar en tu futuro y tener una guía (única, propia y específica) para unirlos.


 

Aquí tenemos un fragmento de la historia llevada a la vida real, narrada por la mismísima autora:


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