The Hoping Game
- Gabriela Peña
- 7 feb 2017
- 3 Min. de lectura

Deberíamos considerarnos a nosotros mismos máquinas inicia-cosas.
Estamos constantemente detrás de algo, nos convertimos en “perseguidores”, trazándonos objetivo tras objetivo. Y no me refiero solo a las metas elaboradas que nos planteamos a inicio de año, de mes o de semana, que van tropezando poco a poco por las escaleras a medida que pasa el tiempo. Se trata de algo más banal, más natural.
Están las sencillas, como abrir la ventana para que fluyan las ideas, arreglar la cama por la mañana para sentir que hay un ligero control en tu día, moverla de lugar para convertir tu santuario privado en algo diferente (por lo menos los primeros tres días), o pararte de tu comodidad para dejar pasar a tu mascota que llora detrás de la puerta. Estas son más acciones que metas, mitad inicios, mitad cambio de rutina.
Están, cómo no, las que no esperamos, como cuando confundes un calendario europeo por uno del pueblo de al lado, iniciando un bullying eterno por parte de tu familia, o cuando empieza la cuenta regresiva para una tarea que ocupará el tiempo que pensabas utilizar para ver, como mínimo, una temporada de Game of Thrones, o cuando rescataste a un gatito de la calle con mente “voy a darlo en adopción”, y ahora, mientras lees esto, duerme a tu lado.
También están las que comenzamos sin darnos cuenta, por ejemplo, cuando te presentaste hace cinco años al que hoy es tu mejor amigo, o empezaste un reto (que era solo por 30 días) y ahora es un hábito indispensable en tu rutina, hasta cuando viste a ese muchacho de ojos marrones en la universidad y comenzaste a deducir (por pasar el tiempo) qué estudia. Incluso cuando le gritaste a ese extraño en la calle y resultó ser tu profesor (o peor, tu suegro).
Hasta las platónicas, donde te dices muy seguro que vas a sacar cuadritos en un mes, te pondrás a escribir todos los días, saldrás a hacer ejercicio más seguido, no pospondrás nunca la cita con el odontólogo. Hay un sinfín de cosas que iniciamos, así sea en nuestras cabezas, y lo curioso de todos ellas es que, la mayoría, no trae fecha de caducidad, pueden trascender a través de los años o no durar ni cinco minutos.
¿Qué las diferencia? Que traen una cadena de reacciones consigo, que te alegrará el día o lo amargará hasta la noche (o tal vez a alguien más, no solo a ti). Además, que siempre estamos esperando algo. Es difícil que una acción sea realmente desinteresada, esperamos que ese algo nos sorprenda, nos grite, nos emocione, nos decepcione o, como mínimo, que nos entretenga.
Abrimos un libro esperando enamorarnos una y otra vez, ponemos a cargar una película y esperamos que el internet no se caiga, subes la vista al cielo a las cinco de la tarde y te encuentras con una luna orgullosa y esperas que eso sea señal de buena suerte, o que al menos te inspire.
Creo que cada paso que das viene intrínsecamente ligado con una sorpresa, sea para mal o para bien, por ejemplo, el sábado pasado inicié un curso y salí con una temporada de Doctor Who que llevaba meses buscando. Cuando das pie a las cosas se van creando una telaraña de posibilidades, ¡hasta cuando le echas malos ojos a alguien ya estás comenzando algo por más intrascendente que sea!
O cuando emprendes un proyecto con tus amigos, que empezó con apenas un nombre, y ahora tienes que hacer de articulista, community manager y hasta (el intento) de actriz.
Supongo que cuando te adentras en zonas inexploradas como esta, solo te queda esperar. Así que por qué no empezar cualquier cosa hoy, quién sabe qué puede traer mañana.
Pd: Decidí colocar el título en un idioma foráneo por dos razones; primero, porque colocar “El juego esperanzador” está lejos de ser mi objetivo, y segundo, porque, en mi cabeza, casi todo suena mejor en inglés.
Comments