Día Internacional de las Enfermedades Raras
- solrep4s
- 28 feb 2017
- 10 Min. de lectura


La próxima vez, oh, espera, no habrá una próxima vez.
La vida suele dar muchas vueltas, o por lo menos para mí, en un día normal podría haber planeado tan solo ir a la oficina para terminar los trabajos pendientes, y así poder tener libre el fin de semana, pero la realidad es que la mayoría del tiempo termino en situaciones que ni siquiera yo sé cómo manejar, por ejemplo, hace unas semanas mientras iba camino a la oficina «Quizás sea la oficina la creadora de estos males, ahora que lo pienso», acabé acompañando a una pequeña niña desconocida en la sala del hospital mientras esperábamos que su madre, a la cual acababan de atropellar al frente de mí, saliera de la operación; o en su defecto, si el día no pinta tan mal, podría terminar en la otra punta de la ciudad, con el traje lleno de grasa, intentando arreglar una verja de una de las muchas tiendas que tiene mi compañero de trabajo, es por estas casualidades, y por muchas otras, por lo cual estaba acostumbrado a no llevar una vida para nada normal, de hecho, fueron esos mismos acontecimientos los que me llevaron a terminar aquí, en este coche aparcado en el lado despoblado de la ciudad, con una botella de ginebra en la mano, esperando que la ambulancia llegue por mí.
Es curioso cómo luego de haber luchado contra las conveniencias de mi vida he terminado así, todas las veces que he caído, cada una de las noches en vela en solas habitaciones de hotel, y los fríos inviernos debían haberme hecho más fuerte, pero no fue así, nunca fui fuerte, ahora menos, que lo único que sostengo con fuerza son las ganas porque este dolor acabe de una vez.
Tomo un largo trago de la botella, el alcohol me quema el esófago hasta llegar al estómago, siento el ardor mezclarse con el dolor del pecho, justo en el corazón deficiente que lanza sus últimos latidos. Lloro, expulso todo lo que alguna vez me ensordeció, golpeo con fuerzas el volante del carro, la bocina expulsa sonidos cortados y torpes. A lo lejos, entre las sábanas de la noche, vestigio una pequeña camioneta que se detiene al escuchar los bocinazos, las luces azules y rojas se iluminan al mismo tiempo que empiezan a girar sobre ella. Los colores iluminan mi cara llena de ríos de lágrimas.
La ambulancia se acerca con velocidad, la misma velocidad con la que mis recuerdos me abarrotan la mente, la adrenalina se apodera de mi cuerpo; he dejado de sentir los pies desde hace algunas horas, siento la cabeza ligera y la zona de la pelvis se ha llenado de un cosquilleo que me quema los huesos. La ambulancia se encuentra a unos pocos metros, una gran nube de tierra crece detrás de ella. Tomo otro largo trago de la botella, los sollozos hacen que me ahogue con ellos. Toso desenfrenadamente, el alcohol me ha llegado a la nariz, pierdo el enfoque en la mirada, creo que ha llegado la hora, el dolor de cabeza invade mi mente como un rayo. Dejo de moverme, ninguna de mis extremidades responden y el corazón me late apenas cada uno que otro minuto.
-¡Vamos, sáquenlo rápido!
Una mujer de quizás 50 años se baja a toda velocidad de la ambulancia con dos jóvenes que parecen ser los enfermeros.
He cerrado la puerta del carro desde que llegué, es mejor que muera aquí a dejar que malgasten en mí las medicinas que otros necesitan.
-¡Señora, la puerta está cerrada! ¿¡Qué hacemos!?-Explica uno de los jóvenes mientras forcejea la manilla-.
-¡Hazte a un lado! La paramédico saca una palanca de la ambulancia y la estrella contra el vidrio del piloto. Los pequeños trozos de vidrios caen sobre mí.
-¡Rápido, rápido, sáquenlo!
Los jóvenes me cargan por los brazos y piernas hasta montarme en la camilla y subirla dentro de la ambulancia. Pierdo el conocimiento por unos segundos. Un gran impacto eléctrico me revive. Seguía con la visión borrosa, y desorientado.
-Señor, dígame su nombre por favor, y qué le ha ocurrido.-Tomaba mi pulso y enchufaba Miles de chupones a mi pecho. Tenía la camisa rota y el saco lleno de vomito-.
No respondí.
La mujer golpea la pared con fuerza mientras le grita a uno de los enfermeros que maneje con rapidez.
-Señor, necesito que me diga su nombre y lo que hacía en la ruta de la desolación.-Inquirió tomandome la mano con fuerza-.
Ilumina mi pupila con una linterna. El monitor cardíaco emite su largo pitido, al cabo de unos segundos vuelven, mis pulsaciones caían y reaparecían de manera intercalada. Se da la vuelta y lee el pequeño televisor de donde salían los cables que se conectaban a mi pecho, toma un pequeño radio que cuelga detrás de ella:
-Soy Maritza Cerbrich, respondo a la llamada del 911, tengo al sujeto, hombre de unos aproximados 30 años, caucásico, vestido de traje. Diagnóstico: Síndrome del corazón roto, me dirijo a la planta, aún tiene probabilidad de sobrevivir.
Síndrome del corazón roto: El síndrome del corazón roto, también conocido como miocardiopatía de Takotsubo o miocardiopatía inducida por estrés, es una enfermedad del músculo del corazón que genera un fallo cardiaco que tiene los mismos síntomas que el infarto de miocardio (Lesión de los tejidos que forman el corazón, o una parte de él, que produce una parada o una grave alteración del ritmo de los latidos por obstrucción de la arteria o las arterias correspondientes; conduce a la muerte o necrosis de los tejidos) pero sin sus graves consecuencias.
La frase «se me ha roto el corazón» no es tan poética como parece. Una ruptura, la muerte de la pareja o un disgusto grave pueden ponernos al borde de un ataque cardiaco. El síndrome de corazón roto a menudo es precedido por un intenso evento físico o emocional. Estos eventos no necesitan ser necesariamente malos.

La habitación 324 siempre está cerrada.
Ha permanecido tanto tiempo así que ya nadie recuerda qué hay adentro, o eso es lo que nos dicen. La puerta es blanca, lisa, sin nada en particular. Tiene exactamente la misma ventanita superior que tienen todas las demás, solo que el vidrio está al revés. Todas las demás te permiten vislumbrar el interior, esa, sin embargo, está bloqueada, supongo que puedes ver desde adentro, pero ¿cómo saberlo?
En esa habitación nadie entra, ni nadie sale.
Hay, por supuesto, muchísimos rumores sobre la habitación 324. Algunos dicen que hace décadas se desarrollaban curas para los enfermos que llegaban al hospital, que eran efectivas y rápidas. Hasta que un día, un científico avaricioso echó un químico que ni siquiera estaba en la lista, creando un virus tan peligroso que los destrozó a todos en solo un par de minutos, dejándolos a todos encerrados y sin vida dentro la habitación.
Otros dicen que habita una criatura que puede cambiar de forma, los trabajadores aledaños dicen que a veces escuchan un niño llorando, otros, alguna cosa tan pesada y lenta que hace retumbar el vidrio con sus pasos. Algunos más elocuentes relatan cómo chillan el piso y las paredes cuando la criatura pasa las uñas repetidas veces por sus superficies. Hay quienes escuchan una risa de una mujer, como un ronroneo seductor.
Están también los más escépticos que se niegan a creer en fantasías, prefieren optar por una explicación más… científica. Aseguran que no es más que un virus que permanece contenido, un virus letal que podría acabar con el hospital entero. Quién diría que los escépticos fueran más bien melodramáticos.
Lo cierto es que la mayoría siente una extraña fascinación hacia ella pero son pocos los que se atreven a quedarse cerca de la puerta por más de cinco minutos, lo evitan si les es posible. Todos, menos mi paciente.
Ha pasado por casi la mitad de mis colegas y ninguno logra dar con una explicación para su enfermedad. El problema es que mientras más tardan, más engrava el niño, es decir, más arriba sube. Ha estado en la habitación, 24, 34, 42, de golpe subió a la 234, y la última vez que lo vi estaba en la 243. Fue el día que me miró con ojos lagañosos y me dijo: “Usted sabe cuál es la siguiente”.
Por eso, cuando el teléfono sonó a las 3:24 de la madrugada casi no me sorprendí. La enfermera de turno estaba haciendo su guardia cuando entró a la habitación y no encontró a nadie, empezaron la cacería, como ella lo llamó, pero ninguno ha dado con él hasta el momento. Inútiles.
Al llegar al hospital subo directo al pasillo de la habitación 324, lo encuentro más frío y más oscuro de lo usual, vacío, excepto por el niño que está parado frente a la puerta.
-Ninguno de los doctores descubrió la enfermedad que tengo porque realmente no estaban buscando. -dice sin voltearse- Si hubieran buscado, se hubieran dado cuenta que estuvo todo el tiempo aquí, bajo sus narices.
Estira su pequeña y pálida manito hasta el pomo y la gira. ¡La gira! Como si hubiera estado abierta todo el tiempo, corro hacia él pero es demasiado tarde, ya está adentro y la puerta está a punto de cerrarse. Haciendo acopio de todo mi autocontrol tomo el pomo, jalándolo hacia mí. La puerta no rechina ni hace ninguna clase de sonido. Tardo lo que toma un suspiro y entro.
Lo primero que pienso es que es una habitación pequeñísima para contener tantos rumores. Las paredes están cubiertas de espejos, me veo a mí misma cientos de veces, pero no veo al niño. Hay algo en la esquina de mi ojo que no logro vislumbrar, cada vez que volteo solo me encuentro a mí misma, aterrada una y cien veces. Busco la puerta, pero ya no está. Empiezo a ver figuras en los espejos, la señora Morrison de la habitación 44, el señor que no paraba de reír, la niña de piel grisácea, el joven que soñaba día y noche con su secuestrador, todos mis pacientes. Todos muertos.
Un sonido atronador ataca mis oídos tan fuerte que me lanzo al piso, y me tapo los oídos. Luego me doy cuenta que estoy gritando y me callo, veo al niño acercarse con paciencia, va de la mano con otro, exactamente igual a él, la única diferencia son los ojos. Los del niño se ven vivos, los del hermano, no.
-Tú también estás enferma, como nosotros.
Niego con la cabeza tan fuerte que me pego con la pared un una, dos, trescientas veinticuatro veces. El niño me ve con tristeza, me toca la frente y luego cierra mis párpados.
Me despierto en un lugar lleno de blanco, las paredes, la puerta, incluso mi ropa es blanca. Lo único diferente es la ventanita superior de la ventana por donde se filtran unas formas, me acerco, tan solo veo un pasillo vacío. Tropiezo con algo que está en el piso y me agacho. Es una bandeja con leche y suspiros, lo acompaña una carta blanca con letras plateadas que reza:
“Un regalo para la residente de la habitación 324”.

Cuando desperté todo era oscuro, como si tuviese los ojos cerrados. Solo recuerdo que me estaba montando en el carro para ir al cine y luego sentí un pañuelo en mi cara, después de eso todo está olvidado, seguro me desmayé.
Trataba de mover mis manos, se sentían inmóviles, como con una especie de soga, estaba amordazada, escuché una puerta abrirse y es cuando me doy cuenta que en esa habitación había otra persona, no pasaron más de 30 segundos cuando unas manos por encima de mi cabeza me quitaron lo que parecía ser una tela negra, y fue como si la luz de la aurora me enseñara a un chico un poco más joven que yo con unos ojos azul zafiro.
En su cara se podía observar inseguridad y nerviosismo, me dijo con una voz cortante: “No sé porqué estoy haciendo esto, en realidad solo quiero tener amigos”. Traté de tomar todo con calma y no perder la paciencia (me sentía especialista en secuestros después de tantas películas que vi), solo pensaba en decirle que se tranquilizara y que todo estaría bien, y en realidad fue lo único que pudo salir de mi boca, él se puso a llorar y salió corriendo de la habitación como si le doliera verme ahí sentada amarrada, por alguna razón en ningún momento me pasó por la cabeza que me pudiera hacer daño.
Cuando lo vi llorando tuve un recuerdo de cuando era pequeña y me excluían de los grupos, por alguna extraña razón pude sentir y comprender su dolor. Estaba segura que habían pasado cuatro horas cuando él volvió con comida, supongo que era para cenar, fue en ese momento cuando lo escuche hablar de nuevo:
-Discúlpame por secuestrarte, simplemente no sabía qué hacer para tener amigos, siento que nadie quiere estar conmigo –dijo viéndome directamente a los ojos-.
-Si me sueltas no voy a escapar, entiendo cómo te sientes y te quiero ayudar.
A partir de ahí comencé a sentir una rara atracción por él. Ya ha pasado un año desde ese encuentro y muchas personas pensarán que encontré una forma de escapar, pero en realidad actualmente estamos casados.
Síndrome de Estocolmo: Trastorno psicólogico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de los secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas, ya sea durante el secuestro o tras ser liberada.
Voy aprovechar que estoy hablando de este tema para que escuchen la canción: “Estocolmo” de la agrupación venezolano Arawato, la letra refleja el tema de este síndrome de un punto de vista en donde no se deja escapar lo que se desea.

Hoy es el día internacional de las enfermedades raras, y se me ocurre que es el momento más idóneo para mostrarles un top 4 de algunas de ellas, que además de extrañas me parecen un poco insolentes y desdichadas.
4. Argiria o “enfermedad de los pitufos”

¡Si amigos como lo leen!, convertirse en un humano de piel azul es posible gracias al contacto prologado con sales de plata. ¿Dónde encuentro esto? es una sustancia utilizada para la impresión de fotos, en medicaméntenos y procedimientos quirúrgicos. La exposición continua de plata en forma de sales produce una dermatosis que es capaz de colorar la piel entre tonos grises y azules, especialmente las zonas que son expuestas al sol. Ahora bien, si un día decides que quieres parecer un zombie andante debes tomar en cuenta que esta enfermedad trae consigo problemas respiratorios, dolor de estómago e irritación de pulmones y garganta.
3. Síndrome de Pollyanna

Por las calles venezolanas existe un dicho que reza “el que persevera alcanza” o sino pregúntaselo a la gente que padece de Pollyanna. Estos individuos tienen una sublimación al optimismo, son incapaces de ver el lado malo o negativo de las cosas, idealizando demasiado las situaciones. Este comportamiento no es bueno porque se vuelve un optimismo enfermizo. A estas personas solo quiero decirles que intenten lamerse el codo o la espalda.
2. Síndrome de Stendhal

¿No les pasa que cuando tienen ante sus ojos una belleza fascinante el corazón les late más rápido, tiemblan y hasta parecen confundidos? Esto puede ser un síndrome llamado Stendhal, una enfermedad psicosomática que además causa vértigo, pánico, depresión y alucinaciones cuando una persona es expuesta a hermosas obras de artes en un corto periodo de tiempo. Stendhal debería ser sinónimo de tristeza ¿Cómo el arte siendo tan maravilloso te puede causar tanto daño en el cerebro?
1. Síncope por reír

Si ya de por sí es bastante desdichado el Stendhal por no dejarte admirar el arte sin sentir miedo, ahora imagina que no puedas reírte con euforia porque te desvaneces ¡Qué infortunio! El síncope en otras palabras es desmayarse, y tal como su nombre lo explica, sucede especialmente cuando te ríes demasiado. A pesar de que se han registrados varios casos, no se tiene mucho conocimiento de esta enfermedad que fácilmente podría convertirse en el castigo de los burlones.
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