Edward Cameron
- V.Náriz
- 1 mar 2017
- 3 Min. de lectura

26/02/2017
No, no sé cómo escribirte, es la pura verdad.
Hola... Sé que ha pasado mucho tiempo, soy yo, ¿Me recuerdas?, Edward Cameron. Hoy, no, quise decir, hace unos días, cumplí 26 años, y aunque ha sido un largo tiempo desde la última vez que te escribí, que si mal no recuerdo fue hace tres años, en la víspera de año nuevo, las cosas siendo casi iguales, y digo casi porque pasé de estar triste la mayoría del tiempo, a balancearme sobre una cuerda entre el suicidio y una tranquilidad llena emociones encontradas.
En estos últimos días me he llenado de odio, celos, tristeza y amargura, y las he aceptado a cada una de ellas, como si fuesen viejos amigos, como él, quien me los ha presentado. Se han comportado como si me conociesen de toda la vida, tomaron los lugares vacíos de los otros sentimientos que vivían conmigo, él los ha ahuyentado, algunas veces vuelven, compartimos como en los viejos tiempos y de verdad lo disfruto, pero sé que cuando estoy con ellos él va a venir corriendo a visitarnos, o mejor dicho, a quedarse.
Hoy, como muchos otros días, he saludado de nuevo a ese viejo amigo, él, con el que he desarrollado el síndrome de Estocolmo, y te digo esto lleno de pena, y miedo, miedo por lo que pueda suceder, por lo que será de mí, ya no tengo esa piel gruesa con la que luchaba, esa que servía como un ‘escudo’ en las travesías de mis cartas anteriores, ¿Ahora? Ahora solo soy un montón de huesos que se mantienen de pie por la fuerza gravitacional. Debo confesarte que le dejé entrar, la tensa calma de mi cuerpo se desplomó en minutos, mi semblante se quebró, al igual que mi voz mientras rompía a llorar y sollozar por horas.
Horas… Horas han pasado, y quiero hablarte también de ellas, pero siento que son solo horas las que me quedan de vida, quisiera no aceptarlo, pero se me ha nublado la mente de estas absurdas (pero las más sensatas para mi cabeza en estos momentos) ideas, esas que te conté hace años, en donde te escribía embriagado, con las muñecas cortadas y una pistola en la mano, sí, esa idea ha vuelto a mi cabeza. Y aquí me encuentro, embriagándome con canciones, esperando que se desvanezcan, o que yo pueda huir de ellas, aunque la verdad es que lo odio, odio tener que correr de ellas, odio tener que estar así, y me odio aún más a mí porque no puedo lograr ser yo mismo, el yo que alguna vez conocí, el que no corría por calles desoladas con su cabeza insultándole y exclamándole que lo hiciera: "¡Vamos! Entierra ese cuchillo hasta lo más profundo, así dejarás de sufrir".
Debo de terminar esta carta, creo que se ha ido… Sí, se ha ido, y me ha dejado este sentimiento amargo en mi pecho, de vacío, pánico y dolor. Y ahora lo extraño de nuevo.
Hola de nuevo, ha vuelto, han pasado menos de cinco minutos desde que escribí el párrafo anterior, debo despedirme, quisiera que esta carta sirva de terapia, como todas las anteriores, pero aún sigo deseando que este sueño que se apodera de mí me deje inconsciente y no me haga despertar nunca.
Tiemblo del pánico, he escuchado un sonido que viene de la sala, estoy seguro que alguien ha irrumpido en mi casa, lo peor es que sé su nombre, Edward Cameron, tiene 26 años, y terminará de escribir esta carta luego de que me ayude a pasar el filo del cuchillo por mis muñecas y me embriague con verdadero alcohol puro.
Aquí tenemos un fragmento de la historia llevada a la vida real, narrada por el mismísimo autor:
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