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SAUDADE: Nuestra Venezuela

  • Gabriela Peña
  • 2 may 2017
  • 5 Min. de lectura

Querido lector, esta vez no hablaré de lo que es Venezuela, los otros Rep4s hicieron un trabajo envidiable describiéndolo, creando un mini reportaje de cómo han pasado estos últimos 20 años (nuestros únicos 20 años) bajo la misma pesadilla, digo, gobierno en Juego de Suma Cero por V. Náriz, o formulando analogías tan precisas que te hacen cuestionarte si no vivimos en una ficción en Game of Venezuela por Sthefany Sánchez. O, incluso más allá, tratando de explicar esa rueda de emociones que vivimos día a día en A todos nos duele por J. Brand.


Pero hoy, yo no vengo a conversar de eso.

 

¡Espera! Te tengo una propuesta. Abandona todo pensamiento, quítate esos sentimientos de encima, si quieres ponlos a un lado, no muy cerca. Es más, imagina que eres como un árbol, tranquilo, sabio y fuerte. Si quieres cuenta conmigo hasta 3… 1, 2, 3, ¿Listo? Ahora te voy a pedir algo… más extremo, partiendo del hecho de que por los momentos eres un árbol, olvida todo lo que has visto, las estupideces humanas y las injusticias, ignora todo lo que crees saber. ¿Preparado? Ahora imagina conmigo.



Caminas por una calle de restaurantes que están atestados de personas, se cuelan hasta tus oídos algunas conversaciones, sobre la última obra a la que asistió aquella pareja, el maratón de películas que hicieron esos tres el sábado pasado en el cine, el nuevo carro del que fanfarronea ese joven de ventitantos, el concurso de ciencias que ganó aquel niño con su nuevo invento, aquella joven maquillada con un bolso lleno de trajes brillantes. Personas, un conjunto feliz y sin mayores preocupaciones.


Encuentras un periódico y las buenas noticias apabullan las grises, inventos, desarrollos, descubrimientos de venezolanos trabajando en Venezuela, publicidades de empresas compitiendo por ofrecer el mejor precio, títulos con proyectos que involucran inventos tecnológicos y arquitectónicos que harán gala cada dos esquinas, nuevos productos que te harán subir decenas de calorías.


Entras en Instagram y ves la foto de un amigo posando sobre la obra de Carlos Cruz-Diez, que no significa nada para ti, lees los comentarios que van de un “me traes algo” y no de “hasta luego”. En YouTube encuentras cientos de videos de mochileros que te muestran Venezuela, los patrones en el cielo de una noche estrellada y los patacones más sabrosos de las calles zulianas, te enseñan el calor de la gente y las risas. Bloggers que acumulan en sus páginas cómo llegar a tal sitio, recomendaciones más específicas que un Google maps, donde te describen la experiencia desde otro punto de vista.


Chocas contra un país donde la política es una palabra extraña en sus lenguas, desconocida e insulsa, donde los chamos pueden optar hasta una decena de universidades, donde las becas son un incentivo y no un mito, con pedagogías que los hagan buscar, no soltar baba sobre los pupitres. Familias haciendo picnics en los parques, separando la basura en cada cesta señalada, donde los nuevos adultos se metan en deudas y consigan trabajos referentes a su carrera que los sostengan, que los padres puedan mostrarle a sus hijos los lugares donde crecieron, que hoy están en mejor.


Donde las librerías te ofrezcan un sinfín de variedades, donde puedes observar a personas protestando en las calles por asuntos ecológicos, ver turistas como moscas tomando fotos de tomas partes, donde los enamorados tengan lugares para escoger cuando quieran una primera cita, donde los amigos secretos sigan dejando barritas diarias de ese dulce que detestas.


Donde la gente haga una lista de ingredientes y salga sin pensar en precios ni disponibilidad. Donde las carreras se ejerzan y las personas dejen de decirse adiós.


¿Te imaginas una Venezuela así?

 

Es común escuchar a las personas aclamar que quieren una Venezuela como la de antes, pero, spoiler alert, eso no pasará. Es imposible. Vivimos en otra época, con otra tecnología, otros valores, otra generación. Una generación que ha presenciado cómo se desangra al país sin entender muy bien porqué.


El texto de arriba puede parecer utópico, lejano, hasta estúpido. El problema es que peleamos por lo que está mal, y nos hemos repetido a nosotros mismos tantas veces que lo que ocurre es tan caótico que olvidamos lo que es normal.


Una vida de oportunidades es normal. Una vida donde te puedes permitir mirar las estrellas en la plaza, si te da la gana, toda la noche, es normal. Decidir entre diferentes tipos quesos, es normal. Ahorrar para comparte un carro en un corto espacio de tiempo es normal. Que te atiendan amablemente en un banco es normal. Somos nosotros los que nos hemos acostumbrado a vivir dentro de la cueva, vislumbrando cada vez menos la luz, rodeándonos de sombras. Pero no es nuestra culpa, no del todo. Y menos los que nacimos después del 81, y muchísimo menos de los que nacieron en el 2000, que han pagado con creces las deudas de este gobierno.


Escuchar asombrados cómo era la cosa hace 30, 40 años es cotidiano, las frases de los abuelos o de nuestros padres nos crean un vacío en una parte de nosotros. Ahora imagínense lo que podríamos decirles a los niños de ahora “yo tenía una caja completa de juguetes de McDonalds”, mientras ellos ven recelosos el calendario de papel que les trajo la cajita feliz (sin papas). Así nos sentimos nosotros.


Y hablando de esos 2000 añeros, se han parado a preguntar ¿qué pasa con esos cerebros? Después de la segunda guerra mundial las personas se preguntaban qué si tal vez entre ellos estaba la próxima cura para el cáncer, el siguiente Sócrates, el nuevo Homero, los futuros hermanos Lumière, ¿y qué pasa si esos cerebros están aquí?


Cómo le explicas al próximo Einstein que deje de acompañar a su madre a la cola para que se quede a estudiar, si ve que al volver a la casa no halla nada sobre la mesa. Cómo le explicas al siguiente Gabriel García Márquez que los libros son geniales cuando ese objeto no es más que una cosa olvidada en su pueblo. Cómo descubres al nuevo Dudamel si no le abres las puertas a una música diferente. ¿Cómo le dices a los nuevos cerebros que se esfuercen si las murallas les gritan “No hay nada por lo que pelear”?


¿Los abandonas o los mandas a volar, lejos de su país?

 

Esto es un llamado a pensar en el por qué y por quiénes hacemos lo que hacemos. Los venezolanos no están en la calle por capricho, luchan por lo que perdimos y por las maravillas que vamos a encontrar.



Saudade es una palabra del portugués que no tiene una traducción exacta al español. Expresa un sentimiento afectivo primario, próximo a la melancolía, estimulado por la distancia temporal o espacial de algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia. ¿Les suena de algo?


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Somos cuatro amigos (Gabrieña, Jose, Sthefany, Víctor) intentando crear contenido -Aunque puede que encuentres muchas pendejadas-, desde el apareamiento de las hormigas hasta una guerra interplanetaria. Se supone que (No, aquí no viene la canción de Luis Fonsi) deberíamos ser serios, pero la solemnidad no es asunto nuestro.

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