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Capítulo uno: Lágrimas lacrimógenas

  • V.Náriz
  • 16 may 2017
  • 2 Min. de lectura

Valencia, El Trigal. 4:30 p.m.

El sonido de la hambruna repiqueteaba con eco por las calles, mezclándose con las detonaciones y maldiciones que gritaban las miles de personas ávidas por el futuro que estaba lleno de puertas para todos, y no para solo un grupo que se escudaba bajo un sistema lleno de fortuna robada de los bolsillos del pueblo.


—¡Te voy a matar!—Escupió el nazi disfrazado de verde que me perseguía pisándome los talones.


Tenía la adrenalina a mil, sentía que podía correr Miles de kilómetro y saltar cualquier pared que se me atravesara, incluso el muro socialista que habían implantado los sátrapas dentro de la cabeza de mi gente.


Tomé el primer cruce que encontré en mi camino, no podía dejar que gozaran de tener mi nombre en sus listas, debíamos ser nosotros los que tuviéramos ese lujo.


—¡Pingüino! ¡Pingüino!


Grité con fuerza para que los demás guerreros de máscara pudieran ayudarme. Recibí una respuesta lejana ahogada entre miles de aullidos.


El disparo seco de la escopeta me dejó sordo del odio derecho, sentí los perdigones rozar mi mejilla, no me detuve.


Vislumbré la intersección al final de la calle, el gas lacrimógeno brotaba de ella como si fuese un manantial, piedras volaban de aquí para allá y una que otra bala cortaba en humo con su línea perfectamente recta, y letal, solo unos metros más y estaría a salvo. Voltee y la nueva oveja negra del país aún me perseguía.


—¡Pingüino!


Grité una vez más a tan solo 10 metros de la intersección, Raúl, Leonardo y Camila salieron de ella corriendo hacia mí con la salvación llameante en sus manos: dos bombas Molotov y un escudo tosco de madera lleno de clavos oxidados que brotaban de él como espinas, no es que fuese mucho, pero haría muy bien su trabajo en esta situación. Raúl se detuvo frente a mí carrera con el escudo firme, Camila cuidaba sus espaldas y Leonardo apuntó la bomba directo hacia mí y la lanzó a mis pies, brinqué hacía un lado evitando el escudo y la bomba, el guardia no corrió con la misma suerte, las llamas se extendieron a sus pies haciéndolo caer al suelo dando vueltas desesperado, intentaba apagar las llamas empezaban a calar desde la bota de su pantalón, «“Ojo por ojo, pensé”».


"¡Ahí vienen las Tanquetas muchachos, corran!" Gritó una señora desde el balcón de su edificio mientras señalaba al final de la calle, en efecto, la camioneta blanca blindada se dirigía hacia nosotros con otro de sus secuaces apuntándonos directamente desde el techo.


—¿¡Estas bien!? —Preguntó Raúl ayudándome a levantar.

—Sí, todo bien, necesito un poco de compuesto. —El gas empezaba a colarse dentro de la máscara, mis ojos se llenaron de lágrimas intentando calmar el picor.

—¡Apúrense coño! —Nos gritó Camila lanzándole una segunda bomba al guardia que ahora huía de nosotros.


Corrimos hasta la intersección donde nos encontramos con los demás guerreros, las bombas caían a nuestros lados como lluvia, tres, cuatro, cinco, las lágrimas corrían por mi cara en caudales y respirar era una tarea bastante difícil; Vendetta las devolvía por el aire al mismo tiempo que pateaba otra en el suelo. Me tambaleaba medio ciego en el campo de batalla buscando un lugar seguro.


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Somos cuatro amigos (Gabrieña, Jose, Sthefany, Víctor) intentando crear contenido -Aunque puede que encuentres muchas pendejadas-, desde el apareamiento de las hormigas hasta una guerra interplanetaria. Se supone que (No, aquí no viene la canción de Luis Fonsi) deberíamos ser serios, pero la solemnidad no es asunto nuestro.

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