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Capítulo dos: Los salvadores en forma de cruz verde

  • JBrand
  • 19 may 2017
  • 3 Min. de lectura

“Los perros” corrían entre nosotros como si se tratarán de verdaderos animales, ellos se encargaban de recoger las bombas arrojándolas dentro de un viejo botellón de agua lleno a un cuarto de su capacidad, para apagarlas y evitar que el humo se esparciera. El resto se reguardaban detrás de los otros siete escuderos, mientras se pasaban de mano en manos las bombas de pintura y mólotov’s, esperando el momento indicado para lanzarlas.


Me alejé del grupo para calmar mi respiración, Camila resguardaba mi espalda con el escudo que llevaba Raúl, buscaba a la cruz verde, hace unos momentos estaban al final de la calle; sentía cómo se me cerraba cada vez más la laringe, me ahogaba con cada paso que daba.


—¡Hey, paramédicos! Por aquí.—Le gritó Camila a los enfermeros que trataban a un chico que forcejeaba para liberarse. Se habían resguardado en el cruce más cercano.

Nos acercamos hasta ellos.

—No te puedes ir así, ¡Estás sangrando mucho!

Le dijo la chica de cabello rubio, pómulos pronunciados y ojos marrones que sostenía un puñado de gazas empapadas de sangre en la cabeza del chico.

—Fer, sostenlo bien.—Le Orden al chico alto y musculoso que le limpiaba la sangre del cuello.


El paramédico respondió de inmediato practicándole una llave al chico que dejó sus brazos levantados y con las manos entrelazadas detrás de la cabeza, cada intento que hiciera para zafarse era una señal directa para Fer, que le llevaba los brazos cada vez más hacia atrás provocándole dolor.


—¿Qué necesitas pana?—Inquirió Fer sin el más mínimo signo de preocupación.

—Compuesto por favor.—Respondí ahogado.


Me apoyé del hombro de Camila y me tumbé en el suelo intentando controlar mi respiración.


—Francisco, deja que Andrea prepare los materiales, búscale el bicarbonato, le lavas la máscara y le cambias el filtro.—Ordenó la paramédica rubia a un muchacho flaco y de estatura promedio que estaba sentado en el piso preparando una sutura adhesiva. Se acercó hasta mí y le entregué la máscara.

—¿¡Qué le pasó!? —Preguntó Camila acercándose al herido.

—Le pegaron una piedra en la cabeza.—Explicó la paramédica rubia.—Vamos a tener que llevarlo al hospital para que le tomen puntos, adhesivos no van a ser suficiente, y menos si vas a seguir luchando.

—Dejenme ir, ¡Me siento bien!—Fanfarroñeó, el muchacho intentando liberarse. Fernando aplicó fuerza y este se quedó inmóvil de nuevo.

—Puedo llamar a la unidad de traslado si necesitan.—Ofreció Camila.

—Toma, respira aquí. —Francisco me extendió un paño bañado en vinagre.

—Gracias. —Respondí.


Respiré una gran bocanada de aire que limpió las fosas nasales de inmediato, sentí como los pulmones se ensancharon de felicidad.


—Tranquila, yo lo ha...—La rubia no terminó la frase.

—Unidad veinticuatro cero cuatro, tenemos un herido con una contusión en la cabeza, necesitamos traslado, avenida 90, cruce con calle pardillos. —Expuso Camila a través del radio que estaba sujeto del mono de Fernando. Se lo quitó en menos de un segundo.


La chica rubia la veía anonadada. Camila volvió a engancharle el radio en el mono a Fernando. Me reí en silencio.


"Copiado veinticuatro cuatro, vamos en camino, acérquese hasta el cruce de la ciento treinta y tres”. Respondió una voz femenina a través del radio con sonido lluvioso.


—¿Te encuentras mejor?—Me preguntó Camila agachándose a mi lado.

—Sí, vámonos.


Me levanté y Francisco me entregó la máscara.


Una estruendosa explosión retumbó por la calle seguido de un vigoroso: "¡MAMA GÜEBOS!", busqué la fuente de sonido con la mirada y pude ver los destellos de colores en el aire.


—Empezaron a lanzar los cohetes sin nosotros.—Le dije a Camila.—Muchas gracias. —Retomé dirigiéndome a los paramédicos.

—Tranquilo hermano. —Respondió Francisco.


Camila y yo empezamos nuestra carrera hacia el grupo cuando una de las muchachas gritó: "¡Que Bolívar los proteja!". Por un momento me imaginé en los años 1800 luchando con un sable, un fusil y nada más que un chaleco de tela que me protegiera del enemigo que se encontraba en la misma situación, una verdadera pelea justa.


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Somos cuatro amigos (Gabrieña, Jose, Sthefany, Víctor) intentando crear contenido -Aunque puede que encuentres muchas pendejadas-, desde el apareamiento de las hormigas hasta una guerra interplanetaria. Se supone que (No, aquí no viene la canción de Luis Fonsi) deberíamos ser serios, pero la solemnidad no es asunto nuestro.

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