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Capítulo cuatro: La alianza de los esbirros

  • V.Náriz
  • 30 may 2017
  • 3 Min. de lectura


Regresamos al grupo, ahora se encontraban escondidos detrás de un viejo kiosco, cargaban con un largo tubo de aluminio lleno de quemaduras que servía de base para los cohetes.


—¿Dónde están Vendetta y Raúl? —Le pregunté a uno de los perros que rebuscaba con desenfreno en su viejo bolso desgastado.

—Están hablando por teléfono con la resistencia de Prebo, están pidiendo refuerzos.

—Ok, ¿quién tiene los demás explosivos? Intentaré acercarme desde aquella pared. —Señalé al otro lado de la calle donde un pequeño jardín me serviría de escondite.

—Aquí están. —El chico nos entregó un montón de pequeños cartuchos de cartón con la envoltura rasgada.

—Avísennos cuando se vayan a acercar. —Pidió el chico.

—¡Voy!—Gritó el otro que teníamos en frente al encender un cohete que salió disparado dejando un celaje de chispas y humo hasta impactar contra el escudo de uno de los esbirros, la explosión llenó el aíre de colores, y el escudo de tres guardias volaban con ellos. Era nuestro momento.


Todos corrimos hacia ellos lanzando gritos al aire, encendí el primero de mis explosivos y lo encesté sobre la Tanqueta detrás del esbirro que nos disparaba las condenadas bombas, se escondió dentro de inmediato. Camila y el resto de los muchachos lanzaban los suyos sobre el piquete haciéndolos retroceder mientras disparaban perdigones y más bombas.


Una bomba Molotov explotó en el parabrisas frontal de la Tanqueta y todos vitoreamos gritando sin darnos cuenta que opacábamos el sonido de los disparos. Una lacrimógena cayó a mis pies, dos a mi lado, tres, cuatro, los perros recogían con toda su destreza, pero las bombas no paraban de llover.


—¡Arriba!


Advirtió el chico a mi izquierda. Subí la mirada y descubrí el rastro de por lo menos tres bombas, una de ellas con mi trayecto especificado. Me tambalee hacia atrás y caí de espaldas, la bomba me golpeó con fuerza en la pierna y siguió su rumbo.


—¡Gabriel! —Exclamó uno de los perros al verme caer.

—¡No le pares bolas, sigue recogiendo, estoy bien!


Me levanté rápidamente, sentí el dolor al apoyar la pierna.


Seguíamos avanzado hacia los esbirros lanzándoles todo lo que teníamos, ellos respondían con la misma fuerza, pero esta vez era su turno de retroceder. Las bombas seguían cayendo y la nube de gas lacrimógeno se hizo tan densa que no me permitía ver más allá de mis manos. Los perros tenían los botellones abarrotados.


Al salir de la nube de humo nos encontramos con los esbirros montándose en sus motos mientras accionaban sus pistolas contra nosotros.


—¡Agáchense! —Ordenó uno de los muchachos.


La balacera corría sobre nuestras cabezas, los esbirros huían, excepto la Tanqueta, que seguía en el mismo sitio, retándonos. Me arrastré poco a poco hasta colocarme detrás de un árbol, algunos disparon chocaban contra la madera haciendo volar pequeños pedazos que caían sobre mí. Desaparecieron al final de la calle, y en su lugar apareció una ballena que se acercaba a toda velocidad, otra Tanqueta y por lo menos cien motorizados armados. El rugir de las motos, los disparos de balas y sirenas invadió el aire, la alianza con los colectivos de la muerte era cierta. Entendimos que debíamos retirarnos o lo peor iba a suceder.


Retrocediamos con apuro, pero al mismo tiempo luchábamos, los cohetes viajaban a toda velocidad hasta alcanzarlos, aunque no eran los suficientemente rápidos. El silbido de las balas acarició mi cabello más de una vez.


Interrumpíamos nuestra carrera cada vez que una alcantarilla se interponía en el camino, máscara de gato hacía la palanca con la pata de cabra y los demás la sacábamos de su lugar con las manos, eso detenía a los colectivos por algunos momentos, caer a toda velocidad en una alcantarilla equivalía a explotar el caucho, dañar el ring, o en defecto salir volando de la moto.


Buscaba con la mirada un lugar donde pudiéramos refugiarnos, se nos agotaba el tiempo, el rugido de las motos me lo confirmaba. Voltee para diagnosticar nuestra situación cuando ví a Lincoln caer al pisar una mancha de aceite.


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Somos cuatro amigos (Gabrieña, Jose, Sthefany, Víctor) intentando crear contenido -Aunque puede que encuentres muchas pendejadas-, desde el apareamiento de las hormigas hasta una guerra interplanetaria. Se supone que (No, aquí no viene la canción de Luis Fonsi) deberíamos ser serios, pero la solemnidad no es asunto nuestro.

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