Capítulo cinco: El refugio
- JBrand
- 3 jun 2017
- 4 Min. de lectura

—¡LINCOLN SE CAYÓ, AGUANTENLO!
Máscara de gato y yo encendimos los últimos explosivos que nos quedaban y los lanzamos creando una distracción para poder acercarnos hasta Lincoln y poder ayudarlo.
—Apura, apura, ahí vienen. —Espetó máscara de gato.
—Vamos, no te quedes. —Participé ayudando a Lincoln, quien lanzó un grito de dolor cuando tomé su brazo, se había dislocado el hombro.
—¡Gato! Ayúdame a levantarlo.
Camila encendió un cohete que pasó voló por encima de nuestras cabezas.
—Espera, esto solo nos atrasará.—Gato me detuvo cuando intenté levantarlo.—Esto te va a doler, aguanta.
Gato volteó a Lincoln para que viera en su dirección, piso su hombro con el pie y tiró del brazo con fuerza haciéndolo encajar. El sonido de los hueso rechinando se sobrepuso ante todo. Lincoln gritó del dolor.
—Ahora sí, levántalo rápido.—Ordenó gato mientras recogía una piedra que lanzó.
Ayudé a Lincoln teniendo el mayor cuidado que se podía tener dado el momento, reanudamos la carrera hasta alcanzar a los demás.
Llegamos hasta el final de la calle y cruzamos a la izquierda, vislumbré a la señora Mercedes haciendo señas desde lo alto de su casa.
—¡Muchachos, la señora Mercedes!—Dijo Camila jadeando.
Una casa de esquina de dos pisos, completamente blanca y con dos enormes portones que suplantaba el muro perimetral principal, era nuestra única salvación.
A pocos metros del portón una pequeña puerta que se camuflaba se abrió para darnos paso, uno a uno entramos a la casa, y uno a uno los Colectivos nos vieron entrar en ella. Atravesamos el pequeño jardín hasta entrar a la casa, la señora Mercedes cerró la puerta con los mil y un seguros que en ella reposaban, lástima que ninguno de ellos fuese contra dictadura.
Los colectivos se detuvieron frente a la casa golpeando la reja, se organizaban y halaban todos al mismo tiempo intentado doblarla para entrar, aunque no lo lograban, por un momento sentí que nuestros nombres ya salían en cadena Nacional, incluso me imaginaba el titular del insert: “Atrapada célula de ISIS en Carabobo”, mis amigos y yo con la cara tapada y de espalda siendo abucheados por un montón de cara e' tablas pagados con dinero impregnado con el olor de monte quemado, era eso, o muertos, no sé cuál sería peor.
Miré a través de la pequeña ventana que estaba junto a la puerta y pude ver a la tanqueta incorporándose a la banda, el que parecía ser el líder empezó a disparar sin escrúpulos contra la cerradura del portón, la pateó y le ordenó a la tanqueta: “¡MATALOS CON LAS BOMBAS!”, y eso fue lo que hizo, una a una cayeron dentro de la casa, los adornos se quebraban y el pequeño jardín empezó a incendiarse.
—Vamos a la cocina. —Nos ordenó la señora Mercedes. Todos la seguimos. —Diez, once, doce, trece...—Nos contaba.—¿Dónde están Vendetta y Raúl?
—Se habían alejado para hablar por teléfono antes de que aparecieran los colectivos.—Respondió un escudero sofocado, estaba teniendo un ataque de asma.
—¡Hijo pero si eres asmático! Ave María purísima, déjame te busco el inhalador de mi nieto, lo tengo por aquí
La señora Mercedes revolvió uno a uno los gabinetes y sacó el inhalador de una pequeña caja llena de dibujitos para niños.
—Toma, inhálalo tres veces.
La señora Mercedes se agachó y empezó a sobarle la cabeza al escudero mientras este usaba el inhalador.
—¿Dónde me dijeron que se había refugiado Raúly Vendetta?—Volvió a preguntar despreocupada.
—No sabemos señora Mercedes, se alejaron para hablar por teléfono y los perdimos.—Respondió Camila interrumpiendo su habla para respirar con dificultad.
—Ay nooo, no puede ser, mis hijos, noo.—Exclamó Mercedes llevándose las manos a la cabeza.—No puedo dejarlos allá afuera.—Siguió mientras caminaba hasta la sala y subía las escaleras. Todos la seguimos.
Nos acercamos al gran ventanal asomándonos tratando de levantar en lo más mínimo la cortina, y lo vimos entre la densa nube de humo que subía al cielo, una segunda banda de colectivos traía arrastrado a Raúl por la camisa, rodeándolo para que no intentara escapar. Le pateaban, escupían, y el parrillero que lo sostenía lo apuntaba con la pistola en la cabeza, Raúl solo se cubría, y aguantaba.
Todos observamos la escena como si se tratase de una película, "Esos malditos; desgraciados; cabrones" fueron solo algunas de las palabras que escuché decir. Tanta represión, pelea, angustia, y solo éramos estudiantes, y algunos muy buenos para ser cierto, uno de los perros estudiaba derecho, acababa de llegar de Francia donde nos había representado en las Naciones Unidas, solo por nombrar algo. Y Raúl… Él solo quería lo mismo que nosotros, un país mejor, pero ahí iba, arrastrado, al igual que su sueño.
La banda de Colectivos se quedó plantada frente a la casa por al menos una hora, le reventaban los vidrios a los carros que estaban en la calle y le sacaban todo lo que se podían llevar, reproductores, dinero, lo que fuera, otros sencillamente los quemaban. Entre todos lograron despegar la puerta de la casa de enfrente y se metieron en ella, los dispararon sonaban unos tras otros conjunto a los gritos de la familia, a quienes arrastraron a la calle, una pareja de al menos 40 años y una chica que estaba alrededor de los 15, el padre intentaba cubrir a su hija que la halaban del pelo con fuerza para que caminara, lo lanzaron en el piso y lo golpearon hasta que quedó inconsciente, su esposa solo lloraba y pedía a gritos ayuda. Se me erizó la piel, y me llené de odio e impotencia. Me alejé de la ventana y me senté en el suelo en completo silencio, no podía presenciar tal acto de agresión sabiendo que no podía hacer nada.
"No voy a dejar que otro de ustedes sea llevados por los narco corruptos, se me quedan aquí toditos", dijo la señora Mercedes horas más tarde cuando le insinué que debíamos irnos, acto seguido la ciudad entera quedó a ciegas. Cómo pudimos nos acomodamos todos en un solo cuarto, lejos de la ventana y cerca de la puerta; las Tanquetas y colectivos aún seguían rondando en la zona, de vez en cuando me asomaba por la ventana esperando que Vendetta apareciera, o qué Raúl se hubiese escapado y lo viera corriendo por la calle, pero no era así, solo veía mi futuro destruirse lentamente. La noche se hizo larga, y el sonido del hambre del pueblo que repudiaba todo este desastre de tamaño colosal con las ollas no me dejaba dormir.
Aproximé que eran las cuatro de la mañana cuando me volví a despertar, escuche un fuerte golpe que se repetían una y otra vez contra una de las paredes perimetrales, todos nos levantamos al mismo tiempo, estaban intentando abrir un boquete para entrar en la casa.
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